Martín
Esparza Flores
Al
cumplirse 47 años de la matanza estudiantil de Tlatelolco, registrada el 2 de
octubre de 1968 durante el gobierno represor de Gustavo Díaz Ordaz, las
condiciones adversas a que se enfrentaron los jóvenes de ayer no son muy
diferentes a las que hoy prevalecen en el escenario nacional y que obligan a
miles de estudiantes a luchar contra inercias autoritarias del pasado que
buscan criminalizar a los movimientos sociales como el de los 43 normalistas de
Ayotzinapa, desaparecidos hace un año, en la ciudad de Iguala, Guerrero.
Es
inconcebible que a casi medio siglo, los gobiernos en turno insistan en
anteponer el uso de la fuerza pública al diálogo y la razón; el sanguinario
gobierno de Díaz Ordaz, temeroso de que el conflicto estudiantil afectara la
realización de los Juegos Olímpicos, no dudó en utilizar a las fuerzas
castrenses para acallar un reclamo que sobrepasó el ámbito de las
universidades, como el Politécnico y la UNAM, para salir a las calles y permear
a toda la sociedad: obreros, amas de casa, estudiantes de escuelas privadas,
empleados; es decir, toda la ciudadanía se unió a su lucha y a sus justas
demandas entre las que destacaban: libertad a los presos políticos; derogación
de los artículos 145 y 145 bis del Código Penal Federal, que amparaban el
delito de disolución social y sirvieron de instrumento jurídico para la
agresión sufrida por los estudiantes y para encarcelar a infinidad de
luchadores sociales; desaparición del Cuerpo de Granaderos; destitución de los
jefes policiacos; indemnización a los familiares de todos los muertos y heridos
desde el inicio del conflicto; deslindamiento de responsabilidades de los
funcionarios culpables de los hechos sangrientos.
Tras la
matanza del 2 de octubre, y buscando resarcir su imagen política, el viejo
régimen aceptó derogar el delito de disolución social pero nunca indemnizó a
las víctimas ni castigó a los culpables y menos disolvió los cuerpos de
represión policial. Hoy que los medios alineados al Estado buscan desvirtuar la
lucha de los normalistas de Ayotzinapa, bajo el supuesto de su relación con
grupos del crimen organizado, ocultan alevosamente no sólo la realidad precaria
que priva desde hace años tanto en la Normal Rural, Raúl Isidro Burgos, como en
el resto de los 16 planteles de esa naturaleza en el país, condenadas por el
neoliberalismo a desaparecer en el olvido y la inanición.
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