CONTRALÍNEA
22. marzo, 2015 Autor: Edgar González Ruiz * Opinión
Los llamados “grandes medios” de comunicación, como la televisión, la radio y muchas de las publicaciones impresas, están controlados por poderosos intereses políticos y económicos. Mantener una buena relación con el gobierno en turno y con grandes empresarios es premisa de su existencia. Más aún, desde sus orígenes algunos de esos medios están ligados no sólo al sector empresarial, sino al conservadurismo católico.
Caso emblemático de la represión que ejercen los medios para subordinar a los periodistas a las líneas oficialistas son los dos despidos de la conductora Carmen Aristegui, en 2011 y hace apenas unos días, por parte de la cadena MVS.
Sin embargo, hoy en día la opinión pública encuentra en los medios alternativos, y especialmente en los espacios de internet, una posibilidad para expresar sus críticas y formarse sus propias ideas al margen de las líneas dictadas por los medios convencionales.
Los mencionados medios ofrecieron un apoyo total e incondicional al gobierno de Felipe Calderón, debido a sus tendencias plutocráticas y católicas. En aquel tiempo, la jauría mediática se dedicaba a secundar la llamada “guerra contra el narco” de Calderón y se abstenía de plantear cualquier crítica a él o a su gobierno.
En ese contexto, verdaderamente difícil para el quehacer periodístico valiente y crítico, en febrero de 2011 Aristegui fue despedida de MVS por atreverse a mencionar, muy mesuradamente, el alcoholismo de Calderón, que era ya tema de muchas páginas y comentarios en la web, lo mismo que vox populi en las calles. En general, los medios convencionales evadían el problema con su actitud de querer tapar el sol con un dedo.
Para justificar el despido, la cadena MVS alegó que la falta de Aristegui había sido “transgredir el código de ética de la empresa, al dar rumores como noticias”. Trascendió, sin embargo, que las verdaderas razones tuvieron que ver con “presiones desde la Presidencia de la República, que expresó su descontento ante la pregunta que lanzó la conductora el viernes 4 de febrero [de 2011] a las 9 de la mañana: ¿Tiene o no Felipe Calderón un problema de alcoholismo?” . Ciertamente, Aristegui había transgredido un código, pero era la regla no escrita que hace de los medios de comunicación simples instrumentos al servicio del poder. Finalmente, luego de protestas populares, la conductora fue reinstalada, para ser despedida 4 años después, es decir, hace apenas unos días.
Esta vez Aristegui fue despedida luego de un conflicto con MVS motivado porque ella había involucrado su espacio informativo al proyecto Méxicoleaks, por lo cual la empresa se deslindó de esa iniciativa a la que calificó como “un muy lamentable abuso de confianza”, y despidió a dos de los colaboradores de Aristegui.
La empresa ha presentado el conflicto como una situación creada por el supuesto individualismo de Aristegui y por el hecho de que ella puso como condición la reinstalación de los mencionados periodistas de su equipo. Los argumentos de MVS lucen como meros pretextos, y son alegatos típicos del autoritarismo empresarial que busca no sólo trabajadores productivos y capaces, sino serviles e incondicionalmente obedientes a los dictados de la empresa; a los que no adoptan esas actitudes los califican como “problemáticos”, “conflictivos” o “individualistas incapaces de trabajar en equipo”.
Por eso, en un comunicado, alega que “en MVS Radio trabajamos en equipo. La cultura de nuestra organización gira en torno a ese concepto, por lo que las actitudes individualistas no tienen cabida en nuestro proyecto. No podemos permitir que alguno de nuestros colaboradores pretenda privilegios en menoscabo de sus compañeros y mucho menos que pretenda imponer a la administración condiciones y ultimatos”.
Por su parte, la conductora presenta, con razón, su despido como un atentado a la libertad de expresión, y muchas personas lo ven como una represalia por las críticas que Aristegui ha vertido contra algunos aspectos de la gestión de Enrique Peña Nieto y contra el político priísta Cuauhtémoc Gutiérrez. Sin duda, el nuevo despido de Aristegui es un nuevo atentado a la libertad de expresión. Pero más allá de esa situación particular, en que se excluye de un medio a un comunicador que sostiene puntos de vista críticos, es claro que el quehacer de las cadenas poderosas de radio y de televisión descansa en la manipulación de su auditorio, en un manejo tendencioso y oficialista de la información, en imponerle a la gente qué debe creer y qué debe rechazar, en qué temas debe interesarse y hasta cuáles deben ser sus modas y sus hábitos de consumo.
Si en la época de Calderón los medios eran totalmente sumisos a su gobierno, ahora, en menor medida, respetan al de Peña Nieto y, en todo caso, en general no suelen dar cabida a voces que critiquen abiertamente al poder político o religioso. Son medios donde la gente, el hombre de la calle, no tiene posibilidad alguna de respuesta ni de participación, sino que debe limitarse a ver y escuchar a los supuestos informadores y comentaristas que a su vez deben ser sumisos al poder y a los dueños de la empresa para la que trabajan y, en muchos casos, hasta respetuosos del conservadurismo religioso.
Internet ha venido a liberar al pueblo de ese control informativo de naturaleza plutocrática y conservadora.
Como en una segunda etapa de la Revolución Francesa, que en el siglo XVIII quiso liberar a la gente de la mentalidad monárquica y clerical, ahora la web ayuda a desacralizar a los medios, que antes eran monopolio de algunos empresarios y de los gobiernos.
Hoy en día, cualquier persona puede expresar sus puntos de vista en espacios de la web o comentar las noticias y editoriales difundidos por los medios convencionales.
Se acabó la época en que los empresarios dueños de los medios de comunicación dictaban sus opiniones a todos, sin posibilidad alguna de réplica, y el tiempo en que sólo los millonarios, dueños de la radio, la televisión y cadenas de periódicos, podían, a su gusto, divulgar noticias, o ignorarlas, para mal del resto de la gente. Prueba de ello es que los dos despidos de Aristegui han motivado protestas populares que, evidentemente, surgen de manera espontánea, contra los intereses y los deseos de los dueños de los medios.
Independientemente del desenlace que tenga este nuevo despido de Aristegui, en general la credibilidad de la radio y la televisión es cada vez menor y la gente puede apreciar la diferencia entre la manipulación que, salvo excepciones, ejercen esos medios y la posibilidad de informarse y expresarse libremente, tal como ocurre en internet.
Así, mucha gente se da cuenta de que puede tratar de pensar libremente y compartir sus ideas sin esperar a que algún periódico o algún personaje influyente o famoso de la radio o de la televisión le explique la supuesta verdad de los hechos.
Edgar González Ruiz*
*Maestro en filosofía; especialista en estudios acerca de la derecha política en México
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