Tecnocracia abandonó refinerías a propósito
Martín Esparza Flores
Cuando el 18 de marzo de 1991, Carlos Salinas de Gortari anunció el cierre de la refinería de Azcapotzalco, se vanaglorió de la medida al expresar a la nación: “El nuestro es un gobierno comprometido con el medio ambiente”.
Y en efecto, la mayoría creyó en sus excusas ambientalistas que, en aquel entonces, sirvieron para ocultar el arranque del proceso de desmantelamiento y privatización de Pemex, que 26 años después derivó en el gasolinazo que tiene el país inmerso en una de las peores crisis sociales de los últimos años.
La tecnocracia que por tres décadas ha devastado la economía nacional por la terca imposición del modelo neoliberal, nada puede rebatir ante las evidencias de su antipatriótica conducta; desde la llegada de Miguel de la Madrid al poder, Pemex fue visto como ente generador de impuestos al que debía dejarse a la deriva en la inyección de recursos para entregarlo en el futuro a las empresas extranjeras.
No fue casual que, un año después del cierre de la refinería de Azcapotzalco, Salinas no hablara sobre su traslado a otra parte del país o la creación de una nueva planta que sustituyera su producción de 105 mil barriles de gasolinas al día, pero sí anunciara la separación de Pemex en cuatro subsidiarias: Pemex-Exploración y Producción; Pemex-Refinación; Pemex-Gas y Petroquímica Básica, y Pemex Petroquímica.
De hecho, desde que en 1979 entró en operaciones la refinería Antonio Dovalí Jaime, en Salina Cruz, Oaxaca, los gobiernos sucesivos acataron dócilmente los lineamientos de organismos como el Fondo Monetario Internacional que les impusieron el compromiso de abrir el mercado energético.
Cuando en 1982 los neoliberales arribaron a Los Pinos, México contaba con siete refinerías y producía 348 mil barriles de gasolina al día y 231 mil de diésel, con un parque vehicular mucho menor al que actualmente se tiene. Hoy, sus seis plantas de refinación apenas producen 254 mil barriles de gasolina y 160 mil de diésel. De hecho, se calcula que el país tiene un déficit de 400 mil barriles diarios y este continuará aumentando si se toma en cuenta que el número de vehículos crece a un ritmo anual de un 3 por ciento.
Los panistas que hoy se rasgan las vestiduras ante el gasolinazo, evitan hablar de la cancelación de la refinería Bicentenario, a construirse en Tula, Hidalgo, de la que tanto hizo alarde en su sexenio el demagogo Felipe Calderón y que debía reducir en un 25 por ciento la importación de combustibles.
Apenas en octubre pasado la refinería de Salamanca, Guanajuato, cerró operaciones en cinco de sus plantas donde se producían gasolinas Premiun y Magna, así como diésel de ultra bajo azufre y turbosinas. Una muestra más que explica por sí misma que el cierre de la refinería de Azcapotzalco nada tuvo que ver con asuntos ambientales sino con el desmantelamiento inducido por la tecnocracia, que derivó en el gasolinazo.
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